Son unas perras y por eso las amamos - They are bitches, and that’s why we love them


CARMELA::.






-Nombre: Carmela
-Edad: 25 años
-Nacionalidad: Española
-Fetiche: Su cuchillo cebollero
-Lugar preferido: Cocinas de restaurantes con Estrellas Michelín.


Cuando la conocí nunca imaginé lo tóxica y peligrosa que podría llegar a ser. La vi por primera vez en la cocina de mi restaurante, buscábamos freganchines y apareció ella. La única chica entre un montón de niñatos que acudían a la entrevista al olor del prestigio de mi local y ante la posibilidad del ascenso rápido.
Enseguida decidí, sin casi cruzar palabra con el resto de aspirantes, que ella sería la próxima en nómina. Era preciosa, la morena más sexy que nunca se paseó entre mis fogones. De mirada un tanto maliciosa, nunca pensé que el brillo de sus ojos se debía a la ambición más perversa y no a los nervios de ser la seleccionada.
Carmela entró a formar parte del equipo del restaurante cuya cocina, dirigida por mi, estaba reconocida con 2 Estrellas Michelín. Años de lucha y sudor me había costado conseguirlas y mantenerlas. Yo era la única mujer de mi región que lo había logrado, la verdad es que no abundan muchas chef reconocidas. Estas estrellas eran mi orgullo principal.
Carmela enseguida empezó a destacar, y en el primer mes pasó de freganchina a pinche, ya que quedó una vacante tras el extraño accidente que sufrió el aprendiz que teníamos con nosotros. Cuando estaba en el almacén buscando unas cebollas la estantería de los cubiertos cayó sobre él en un desafortunado accidente del cual no salió muy bien parado. Prescindimos de buscar a nadie y metimos a Carmela en su puesto. Al nombrarla pinche ese brillo en sus ojos y la sonrisa casi imperceptible en la comisura de sus labios apareció como un destello. Te proporcionaremos material, le dije. No hace falta, me contestó. Tengo mi propio cuchillo cebollero, con mis iniciales grabadas en la hoja, y está bien afilado. Era como si hubiese estado tiempo esperando ese momento para sacar su  flamante cuchillo.
Al día siguiente, antes de que llegara el primer ayudante de cocina, puntual siempre como un reloj, Carmela ya estaba en mi cocina, picando cebolla y perejil como una máquina trituradora. Nunca vi una energía y una precisión tan alucinantes, casi quirúrgicas. No creo que cueste imaginar lo dispuesta que estaba a trabajar, lo implicada que estaba en el funcionamiento de la cocina, a veces rayando la obsesión. A los dos meses ya era segunda ayudante. Otra baja en la empresa. El segundo ayudante perdió el control de su moto volviendo a casa tras una noche de duro trabajo en el restaurante. Los frenos le fallaron… aún sigue hospitalizado. Carmela ocupó su puesto.
Como segunda ayudante no tenía precio, obediente y dispuesta pero con mucha iniciativa, se ganó los celos del primer ayudante que veía peligrar su puesto ante la creatividad de Carmela. Sus sugerencias mejoraban considerablemente los platos y el primer ayudante no estaba dispuesto a ceder ni un centímetro de terreno, ¿qué se había creido esa niñata?. Tuvimos una reunión y sus argumentos no me convencían, Carmela me tenía como en hipnosis, era la niña de mis ojos. Ella lo sabía y empezó a jugar con eso. No tardó en ocupar el puesto del primer ayudante, que sufrió un shock anafiláctico al probar una sopa que contenía almejas, a las cuales era profundamente alérgico. Fue un poco extraño, ya que la sopa la había elaborado él mismo, con ayuda de Carmela…
Cuatro meses en plantilla y Carmela había ascendido de freganchina a primera ayudante. Codo a codo conmigo, mi mano derecha. Trabajar con ella era genial, parecía que me leía el pensamiento. Nunca los platos salidos de mi cocina fueron tan sabrosos nunca tuve una ayudante tan creativa y además tan atenta con su jefa. Carmela nunca me dio pistas de estar interesada por mi, aunque ya he dicho que yo a ella la deseaba desde el primer día. Pero en cuanto logró ascender a primera ayudante cada momento era oportuno para un roce, un encuentro en el cuarto frío, o una escapada al almacén. Empezamos a montárnoslo cada vez que podíamos, yo más dispuesta que ella, que todo hay que decirlo estaba más pendiente de la cocina que yo misma, que en esos momentos perdía la cabeza y hubiera vendido mis dos estrellas por un minuto más encerrada junto a ella en la bodega.
Pero como todo, la cosa igual que una tapa de ensaladilla, empezó a caducarse. Poco a poco su pericia en la creación de nuevos platos, su habilidad para maridar ingredientes novedosos y su gran ambición dejaron de interesarme para pasar a molestarme. Me acordé de mi antiguo ayudante y le tuve que dar la razón. Esta mosquita muerta en realidad era una amenaza, no me compensaban los momentos de sexo esporádico entre los fogones o los magreos a escondidas entre cajas de tomates. El morbo dio paso al hastío, y me la quise quitar de encima. En mala hora…
Una noche, tras el cierre y mientras ella me acompañaba en el recuento de la caja como otras tantas veces, le dije el consabido “tenemos que hablar”. Ella me miró a los ojos, me contestó con un “entiendo” y me cogió de la mano atrayéndome a la cocina. Por lo menos una despedida como me merezco, ¿no? Pensé que un último polvo en el suelo de la cocina no estaría mal, me dejé hacer y lo hice mal. Un tajo seco y preciso en la yugular me dejó inmovilizada en un instante. La vista se me nubló y lo último que vi fue de nuevo esa mirada y esa sonrisa imperceptible que hacía una mueca en la comisura de sus labios. Sus perfectos labios.
Hoy en la carta hay una cazuela con gelée de trufa negra y aire de foie gras, cuyo ingrediente principal es una carne exótica que Carmela, la nueva jefa de cocina,  se niega a descubrir de dónde proviene.

            Texto: Joan Bernat

1 comment:

  1. Vaya!! Claro k m akuerdo!! :D aver si nos vemos un día destos x hacer un café!! :) tienes un blog muy guay!! Jeje!!

    Kt

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